Por: Paola Cerezo

En Babygirl, Romy, una exitosa mujer de negocios (Nicole Kidman) parece tener el control absoluto de su vida, sin embargo la relación con su esposo, específicamente en el aspecto sexual, parece no tenerla del todo satisfecha. Romy busca ese tipo de satisfacción, la cual la encuentra en Samuel (Harris Dickinson), un joven carismático que entra como interno a la compañía.
La película nos muestra un estudio sobre el control y las dinámicas de poder a través de metáforas y analogías que ilustran la relación entre dominación y sumisión. Bajo una dirección precisa por parte de Halina Reijn, el filme construye una narrativa en la que el personaje de Romy, por medio de su relación con Samuel, evoluciona de una figura aparentemente dominante a alguien que, al abandonar esa fachada, descubre una nueva forma de libertad.
Desde su introducción, Romy se presenta como una mujer de control, firme y calculadora en sus acciones. Sin embargo, conforme avanza la historia, su relación con Samuel revela grietas en su aparente autoridad. A través de esta dinámica, la película cuestiona los roles sociales y las estructuras de autoridad, planteando si el verdadero poder radica en el control o en la entrega.
La cinematografía juega un papel clave: close-ups y encuadres calculados subrayan la sensación de confinamiento emocional y psicológico que atraviesan a ambos personajes. La iluminación, a menudo fría y distante, enfatiza la alienación de Romy hasta que finalmente abraza su transformación. Por otro lado, la dirección de arte utiliza espacios opresivos y una paleta de colores apagados para resaltar la tensión en cada escena.
El soundtrack de la película es un acierto rotundo que aporta una capa emocional fundamental para la narrativa. “Never Tear Us Apart” de INXS aparece en un momento clave, intensificando la conexión entre los protagonistas y encapsulando la complejidad de su vínculo. Por otro lado, la inclusión de “Father Figure” de George Michael no solo reintroduce un clásico al público de hoy, sino que también resuena con la temática de la película: la búsqueda de guía y protección dentro de relaciones que desafían los paradigmas convencionales.
Las actuaciones elevan la película más allá de su temática. Nicole Kidman ofrece una interpretación matizada y cargada de sutilezas en sus acciones y gestos. Harris Dickinson, por su parte, complementa a la perfección esta evolución con una actuación atrapante y magnética, logrando transmitir tanto vulnerabilidad como autoridad en cada interacción.
En definitiva, Babygirl es una película que invita a la reflexión sobre las dinámicas de poder y la naturaleza del control. El impacto de Babygirl es significativo porla forma en la que aborda tabúes y desafía los límites tradicionales de la representación del deseo y el control en las relaciones humanas, en esta ocasión por medio del sexo. Su tratamiento visual y narrativo de la sumisión y el poder no solo amplía la conversación sobre el consentimiento y la autonomía, sino que también demuestra cómo el cine puede ser una plataforma para explorar temas complejos sin caer en la simplificación o el sensacionalismo. En este sentido, podemos decir que Babygirl desafía convenciones y abre la puerta a nuevas discusiones sobre la representación de la sexualidad en el arte cinematográfico.