Requerimos respuestas compasivas y colectivas como estrategias para sobrevivir a la hostilidad
Texto y diseño por Caleb

Pareciera que gran parte de nuestra concepción de la organización de los (eco)sistemas está centrada en la competencia entre individuos y especies por un tipo de “dominación total”. Pero cada vez comprendemos más y mejor que la cooperación, no sólo la competencia, es uno de los factores más influyentes en la supervivencia.
Esta idea es difícil de digerir y ejecutar en una sociedad industrial construida sobre el capitalismo, el colonialismo, el imperialismo y los privilegios que nos brinda la desigualdad.
Muchos de los ecosistemas que experimentamos se formaron, en gran medida, por cooperación y simbiosis; las “especies más aptas” que sobreviven y prosperan suelen ser las que más cooperan.
Por ejemplo, el concepto limitado de que un bosque es un conjunto de árboles que compiten por luz, nutrientes o agua es cierto, pero es sólo una pequeña parte de la verdad. El resto del sistema incluye relaciones de colaboración diversas y complejas donde los recursos se comparten y cada especie individual depende de sus “vecinos”, y por ende de la salud de todo el sistema, para su propia supervivencia.
La organización de la sociedad basada en la idea de que cada persona debe cuidar solo de sus propios intereses en búsqueda de riqueza y poder individual nos ha llevado a la ruptura de todos los principios basados en el bien de todo el organismo, olvidando que en el bien común se encuentra el propio.
A través del gran sistema cooperativo del planeta, se mantienen todas las condiciones para que vivamos bien, como el ciclo de lluvia, el clima y la composición exacta de la atmósfera. Por lo que la idea de basar la sociedad, la agricultura, incluso nuestra relación intrapersonal en lo contrario a la cooperación, es decir, en la competencia y dominación de la naturaleza y/o otros seres humanos, pudiera interpretarse como algo completamente alejado al ciclo natural.
Aterrizar el principio de cooperación a un plano intrapersonal puede parecer una idea sin pies ni cabeza: ¿cómo puede haber cooperación con una sola persona? Al estar en competencia constante, incluso obsesiva, con nosotres mismes, intentando incansablemente ser la mejor versión que podemos, es fácil olvidar que no somos entes unidimensionales sino que estamos compuestes por muchas partes, algunas que nos gustan, otras que no tanto, y en el proceso de mejora a veces pasamos por alto la compasión y contemplación de solo ser.
Aceptar que estamos formades por múltiples facetas nos ayuda a tener una visión más completa de nosotres, logrando que nuestras experiencias personales se reconstruyan, adapten y mejoren en procesos internos que inevitablemente se verán reflejados en procesos colectivos.
Cuando entendemos y ejecutamos nuestro rol dentro de los ciclos de la naturaleza y la sociedad, mejoramos las condiciones de vida de ese lugar y del organismo del planeta en su conjunto, por lo tanto es esencial cuestionar la visión de la vida centrada en la competencia para hacer frente al entorno actual. Si este se nos presenta con instituciones injustas, y una economía, comodidades y beneficios desiguales, requerimos entonces respuestas compasivas y colectivas como estrategias para sobrevivir a su hostilidad.