¿Por qué supe que era autista hasta los 25?

Texto y diseño — Fabi

Como algunes ávides lectores sabrán, ya se ha hablado de neurodiversidad en Casi Cielo antes, y ahora que estamos en abril, el mes mundial de la concientización y aceptación del autismo, quiero contarles un poco de mi experiencia como persona autista.

Para empezar, ¿qué es el autismo?

El trastorno del espectro autista (aunque ahora se evita un poco el uso de “trastorno”) es una condición asociada a diferencias en la comunicación, el aprendizaje y comportamiento. La clave aquí es “espectro”, ya que el autismo puede lucir diferente de persona a persona, por ejemplo, algunas personas encuentran dificultad en su comunicación mientras que otros en su forma de percibir los estímulos. De una manera menos patologizante*, podemos decir que es una forma diferente de percibir, entender y procesar el mundo que nos rodea.

* Tendencia de clasificar como “enfermedades mentales” comportamientos, emociones o pensamientos que pueden ser considerados como normales o adaptativos en determinadas circunstancias.

En el pasado el autismo se creía que solo afectaba a los niños, incluso hoy en día los rasgos “estereotípicos” del autismo suelen ser más fáciles de reconocer en pequeños que en adultos y no se diga en mujeres. Es precisamente esto por lo que mucha gente hoy en día está siendo diagnosticada tardíamente, haciendo creer al grueso de la población que el autismo “está de moda”.

Hace poco más de un año, cuando recibí mi diagnóstico, me preguntaba mucho a mí misma cómo es que mis padres o mis maestros no lo notaron antes. Sin embargo, ahora que sé un poco más del tema, pienso que esto tiene sentido.

En la escuela, al contrario de lo esperado*, era una estudiante sobresaliente, siempre tenía buenas calificaciones y seguía las reglas. No representaba un problema para mis maestros y por lo tanto pasaba desapercibida, pero si alguien analizara de cerca mis actitudes se hubiera dado cuenta de que la validación académica me daba pertenencia y que romper las reglas me estresaba tanto que lloraba por ello, razón por la cual las seguía religiosamente.

*Hay muchas personas neurodivergentes cuyos retos se ven reflejados en su vida académica de manera negativa, en mi caso, fue todo lo contrario.

Socialmente parecía tener muchas amistades, sin embargo, ninguna era profunda, recuerdo claramente pensar que tenía que tener al menos un amigue para “no pasarla mal” y buscaba alguien con quien estar inmediatamente al entrar a una nueva escuela. A menudo hablaba de temas que sabía que les llamarían la atención y no de cosas que realmente disfrutaba, me tomaba muy en serio las bromas y me sentía mal cuando confundían mis expresiones faciales. De hecho, la mayoría del tiempo sentía que los demás sabían algo de mí que yo no, sentía inherentemente que era “extraña”, pero estaba bien con eso.

Más adelante fue que me encontré con el mayor bache para mí como autista, pues las relaciones románticas son un punto de ansiedad muy grande. A menudo pensaba que los demás habían nacido con un guión integrado de qué hacer cuando te relacionas con otres. Que alguien había impartido un curso sobre noviazgos y casualmente yo no fui invitada. Incluso con las personas con quienes compartía sentimientos, el hecho de romper mis rutinas e interactuar en una cita, era suficiente para hacerme entrar en crisis.

Esta casualmente fue la característica que levantó alarmas en mi psicóloga, sugiriendo que hiciera las pruebas diagnósticas. Para mí, que tuve la fortuna de encontrar una profesional que lo notó a la primera*, fue un gran alivio saber que había una razón detrás y no solo que era “incapaz” de iniciar una relación o de conectar con las personas en otros ámbitos.

*Es muy común que los profesionales deriven estas actitudes a otras causas como ansiedad generalizada, límite de la personalidad o bipolaridad, entre otras. O simplemente negar que une puede ser autista porque “puede ver a los ojos”.

Recuerdo cuando contestaba las preguntas, dudar si eran verdad mis respuestas, pues “no sentía eso todo el tiempo”. Mi psicóloga entonces me explicó cómo las pruebas y la mayoría de las preguntas se enfocan en momentos de crisis y cómo el autismo puede pasar desapercibido hasta que nuestras “herramientas y estrategias” para sobrepasar retos se ven rebasadas, como me estaba sucediendo a mí.

Muchas veces cuando explico las situaciones que se me complican por ser autista, estas pueden sonar simplemente “humanas”. Y claro que lo son, todo el mundo se estresa…pero no todes terminan en el hospital por eso. O les es imposible hablar al punto de quedar mudos. Recuerdo claramente que un doctor me preguntó “¿Eres nerviosa?” mientras me revisaba por un ataque de ansiedad y yo respondí “No más de lo normal”.

Tras obtener mi diagnóstico, recuerdo llorar, por primera vez tenía un nombre para entender mis emociones.

Y eso fue lo más importante de todo. Reconocer de dónde vienen las dificultades las hizo mil veces menos aterradoras. Entendí que a mi cajita de herramientas emocionales le hacía falta un par de cosas para ser más eficiente y a mí me faltaba ser más amable conmigo misma.

Al día de hoy, saber quién soy y cómo funciona mi cerebro ha sido una experiencia indescriptible y puedo decir con seguridad que soy más feliz por ello. Por supuesto que batallo con cosas, pero no todos los días me sobreestimulo y si lo hago, ahora sé cómo reconocerlo y lidiar con eso. En palabras de mi psicóloga, se puede ser autista y ser feliz. Y verdaderamente yo lo creo.

*La mayoría de las situaciones descritas son sobre mi propia experiencia y solo algunas de ellas pues el autismo es una condición de vida que se refleja en muchos y complejos aspectos, recuerden siempre que el autismo puede presentarse de distintas formas y necesitar diferentes grados de apoyo.

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