Los conciertos ya no nos emocionan como antes

Por Citlali.

¿Ir a conciertos sigue siendo emocionante… o se ha vuelto una pesadilla?
Lo que antes era motivo de emoción ahora muchas veces genera ansiedad. Comprar boletos, coordinarse con amigos o simplemente acceder a un concierto se ha convertido en una experiencia frustrante, estresante y, sobre todo, excluyente. Hablemos de por qué asistir a un show ya no se siente con la misma ilusión de antes.

Anuncios exprés y poco margen para decidir

Hola soy fulanitx, daré un concierto en tu ciudad a la que no he ido en 10 años… la preventa es mañana.
Como fans, apenas nos dan tiempo para reaccionar. Sin margen para hacer cuentas, cuadrar agendas o planear con calma, la emoción del anuncio se convierte en estrés y en una guerra por buscar la tarjeta de la preventa, y, en muchos casos de desesperación, hasta ir a tramitarla.  Decidir si ir o no ya no depende de tus ganas, sino de si puedes resolverlo todo en 48 horas.

Precios dinámicos que se sienten como una subasta

La música en vivo se ha vuelto un lujo.

¿Quién da más, quién da menos? Las tarifas dinámicas hacen que los precios cambien en tiempo real según la demanda. Puedes entrar esperando pagar $800 y terminar frente a un boleto de $3,000. Esto no solo es injusto: es abusivo. Ir a un concierto ya no depende de la emoción, sino de tu capacidad de pagar lo que cueste.

Filas virtuales que no te garantizan nada

La fila virtual es una ruleta rusa disfrazada de tecnología.
Aunque entres puntual y sigas las reglas, cada vez es más difícil conseguir un buen lugar o simplemente acceder. Con los revendedores al acecho y el constante uso de bots, ya casi todas las filas exceden las 60,000 personas formadas. El sistema parece estar diseñado para saturarse, para desesperarte, para que sientas que conseguir boletos es más suerte que justicia.

Preventas bancarias y filtros de clase

¿No tienes la tarjeta correcta? Entonces ni lo intentes.
Las preventas exclusivas con ciertos bancos convierten la experiencia en un filtro económico. Si no cumples con ese requisito financiero, quedas fuera desde antes de empezar. El acceso a la música ya no es universal: ahora está condicionado por tu nivel bancario y los supuestos “privilegios” que obtienes al utilizar cierto nivel de tarjetas.

Comprar sin mapa, sin precios, sin ninguna información

¿Dónde vas a estar y cuánto vas a pagar? No lo sabrás hasta ver tu total, si es que alcanzas a comprar.
Las promotoras, en conjunto con Ticketmaster, activan preventas sin mostrar mapas ni precios; esto porque de cierta forma se estarían arriesgando a demandas colectivas por parte de Profeco al ofertar un precio y que al final se modifique debido a sus “tarifas dinámicas”.

Así, nos obligan a comprar a ciegas, sin posibilidad de planear con amigues o pensar en nuestro presupuesto. No hay transparencia, solo coerción para que tomes decisiones apresuradas.

De pasión a juego de poder

Ir a un concierto ya no es solo por amor a la música.
Parece que todo se volvió una carrera por demostrar cuánto puedes pagar. Las promotoras lo saben y por eso lanzan paquetes VIP, experiencias premium y upgrades dentro de upgrades.
A veces ya ni el VIP es suficiente: ahora existe el VIP del VIP… y se sigue perdiendo de vista lo esencial: la experiencia de disfrutar en vivo a tu artista favorite. 

Como si fueran los Juegos del Hambre

Conseguir un boleto se siente como ganar una batalla.
Este sistema alimenta una necesidad de competir. Si logras comprar, lo sientes como un “logro”; si no, como un fracaso personal. ¿Se dieron cuenta que en las últimas ventas de boletos como Bad Bunny y My Chemical Romance todo el mundo presumía el screenshot de que sí alcanzaron boleto? Ese es el efecto que causa la música en vivo actualmente; ya que todo esto genera más angustia que emoción, como si ya no fuéramos fans, sino participantes de una subasta emocional.

Hype, FOMO y la pérdida del verdadero objetivo

¿Querías ir… o solo no querías quedarte fuera?
El hype y el miedo a perderse algo (FOMO) le ganaron al deseo genuino de compartir música. Ir a un concierto ahora también implica demostrarlo en redes, hacer check-in, subir la selfie.
Todo se volvió performativo, y en ese proceso, olvidamos el corazón de la experiencia: la conexión con la música y las personas.

Claro que compartir tu emoción de asistir a conciertos en redes sociales es parte de la experiencia, pero esto no debería ser el foco ni la motivación principal para asistir. Porque cuando el foco está en la validación externa, perdemos lo más valioso: el momento presente.

Esa canción que te eriza la piel, ese coro que cantas a todo pulmón con extrañes que por unos minutos se sienten como amigues, ese silencio compartido antes del encore… nada de eso cabe en una story de 15 segundos.

Compartir está bien, claro. Pero no olvidemos que lo más importante no es mostrar que estuviste ahí, sino realmente estar.

Amamos la música, pero este modelo nos está alejando de ella

Queremos seguir emocionándonos por ver a nuestrxs artistas, pero no a este costo. No se trata de competir, ni de gastar lo imposible. Queremos recuperar el sentido real de ir a un concierto: compartir, sentir, vibrar en comunidad. Porque la música nunca tiene que ser exclusiva, sino colectiva y accesible para todes. 

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