Heaven or Cocteau Twins: donde lo onírico se funde con la música

Diseño y Texto por: Naydelin Carbajal Camarena

En ocasiones la música nos hace soñar, pero Cocteau Twins es el sueño en sí mismo. 

Fundada en 1979 en Grangemouth, Escocia, Cocteau Twins ha sido uno de los principales referentes en la escena del dream pop actual. Ha acompañado a diferentes generaciones a través de la hipnotizante voz de Elizabeth Fraser, la guitarra estridente de Robin Guthrie (guitarra, sintetizadores, programación y producción) y el bajo sublime de Simon Raymonde (bajo, piano, guitarras, producción).

Tras el lanzamiento de cinco álbumes de estudio, en 1990 Cocteau Twins nos deleita con el que se convertiría hasta el día de hoy en el álbum más importante del dream pop: Heaven or las Vegas, la llave a las puertas del paraíso.

Para dejarnos llevar por su complejidad, hay que saber que el disco se desarrolló entre un par de torbellinos en la vida de los integrantes de la banda. Por un lado, nacía Lucy Belle, hija de Liz Fraser y Robin Guthrie; Simon Raymonde pasaba por el luto de perder a su figura paterna y por último aparecía el ahogo del ser por la adicción a la cocaína de Robin. 

Entre todo ese caos y después de dos años de tener la idea de lanzar un disco único, disruptivo pero que a la vez fuera poético y experimental, nace Heaven or Las Vegas.

No imagino una existencia en donde ninguna de estas 10 canciones suenen de fondo en el paso de mis días; es como si sus melodías se fundieran con mi cuerpo y el sonido que emitiera fuese un algo que trasciende más allá de lo material. 

¿Lo onírico, lo terrenal? Sólo un ideal combinado que trae como resultado la canción con la cual nos introducimos al Heaven or las Vegas. “Cherry-coloured funk”, mi favorita personal, se siente como una colisión de sonidos celestiales y lo amargo-dulce de un vino tinto. Como aquel recuerdo que perdura en tu mente de un amor fugaz que disfrutaste, pero ya no es, ni volverá. Es la canción perfecta para inagurar el viaje hacia Cocteau twins, ya que encierra en esos tres minutos una breve presentación de lo que encontrarán en el álbum. 

“Pitch the Baby” y “Iceblink Luck” nos reciben con la voz de Liz Fraser convirtiéndose en un instrumento más que acompaña a Guthrie y Raymond en la composición de la canción. Desde la segunda canción la presencia de los sintetizadores se hace más fuerte, transportándonos un poco al shoegaze y toda la escena que predominó en la época. 

Sus constantes transgresiones a los sonidos que se esperaban de ellos convirtieron a “Fifty-fifty Clown” en una promesa de lo que podían lograr con su música. Teniendo como protagonista al bajo, Simon nos dirige hacia un portal donde quedamos hechizades en el encuentro de las cuerdas y los coros.

La canción homónima “Heaven or Las Vegas” es la prueba del por qué Elizabeth Fraser ha sido nombrada como “La voz de Dios”. Entre sus notas envolventes y la melodía electrizante nos permiten sentirnos en el sueño de un momento, de un nombre que aún no se pronuncia, de una utopía que aún no se imagina.  Es la canción ideal para introducirse al mundo que es el Cocteau Twins, incluso hay partes de la lírica que se pueden entender, un caso especial cuando se habla de la banda. Incluso en el 2021 Miley Cyrus hizo un cover bastante interesante de la canción.

Con una apuesta más oscura, “I Wear Your Ring” y “Road, River and Rail” invaden nuestros oídos con múltiples capas de la voz de Liz y convergen en una propuesta que resalta por encima de sus antecesoras. Ambas canciones resuenan en el álbum al tener los tintes más experimentales, con los sonidos más graves y profundos que les invaden. 

El proceso de composición de la banda estaba mayormente en manos de Elizabeth, la cual consistía en la elección de un par de palabras y versos en distintas lenguas que ayudaran a realzar su voz como un instrumento más; un apoyo en la composición sinfónica, que convertía las letras en parte del misterio de “Fotzepolitic” y “Wolf in the Breast”.

Constantemente estoy en búsqueda del soundtrack ideal para acompañar mis viajes en transporte público en esta ruidosa pero siempre joven ciudad. Con el metro yendo de una estación a otra, donde el túnel no es más que una mancha borrosa que se mezcla con el viento colándose en las ventanas mal cerradas de los vagones… “Frou-Frou foxes in midsummer fires” interpreta un papel perfecto al aparecer justo en el último pitido de aquel tren, de aquella última estación; cumple un rol perfecto como pieza final de este portal tácito hacia el cielo.

Al realzar sus sonidos y peculiares contrastes, este trío de genios construían lo que sería el puente de lo onírico y lo terrenal.

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