Texto y diseño: Feri
La comida siempre es más que comida, pues la menera en la que se prepara, comparte y consume revela aspectos tanto de las relaciones sociales y familiares, así como de modales y valores de una época y sociedad en particular. Al aprender a comer ciertos alimentos, se va conformando la identidad de las personas y, de esta forma, se comienzan a encarnar y reproducir ciertos valores e ideologías.
Estas ideas se consolidan y transmiten a través de representaciones alimentarias en diferentes productos culturales, tales como manuales de conducta o películas y series de televisión. A principios de los 2000 era común ver a las protagonistas de series y películas hablar acerca de su talla, las dietas que hacían y las calorías que debían de consumir para mantener su figura. Los comerciales resaltaban la ausencia de azúcar y calorías de sus productos para volverlos más atractivos. También existían programas, como El que pierde gana, en el que se invtaba a les concursantes a perder peso para mejorar su imagen y su salud.
Pero, ¿de dónde surgen estas preocupaciones por la figura de las mujeres y la comida que consumen? Para explicar la manera en la que la delgadez, la cultura de la dieta y los discursos conservadores convergen es necesario remontarse al siglo XIX. Durante este período, la cultura patriarcal afectó la manera en la que niñas y mujeres se relacionaban con los alimentos debido a que los discursos puritanos dominantes relacionaban el apetito con ser inmoral y fácil de corromper. Por lo tanto, se consideró necesario regular y controlar lo que se consumía, tanto física como intelectualmente.
Textos didáticos de la época como El Mercado de los Duendes, de Christina Rossetti, o Mujercitas, de Louisa May Alcott, enseñaban a sus lectoras a moderar o reprimir sus deseos, pues de esta forma serían recompensadas de alguna manera. Este tipo de discursos forjaron una idea de feminidad asociada con un porte recatado, servil y virtuoso que solamente era posible alcanzar a través del autodominio.
Al controlar su apetito, las mujeres también aprendían a moderar su conducta, lenguaje y curiosidad. Esto, a su vez, las llevaba a refrenar su anhelo de tener una voz propia y pública y de conseguir poder social e independencia económica (Daniel 39, McLean 251). Al transmitirse estas ideas por medio de textos, se perpetuaban las nociones de que las niñas y mujeres debían de ocupar la esfera de lo privado, en el hogar, donde sus talentos les serían de más ayuda y que para ser considerada buena era necesario estar en control de su apetito y ser obediente.
Estas concepciones se han cuestionado, desafiado y rechazado, sin embargo, rastros de estas ideologías siguen permeando diferentes áreas y, en ocasiones, resurgen después de que se consiguen avances importantes en los derechos de las mujeres. La teórica Naomi Wolf sugiere que la obsesión por la delgadez femenina no radica en un interés por la belleza sino por la obediencia y que las dietas son un sedante para este sector de la población.
Es por esto que, en vista del panorama actual, es necesario recordarnos la importancia de nuestro propio apetito y de nuestros deseos: más allá de mantener una figura o una imagen “perfecta”, está bien comer, tener un cuerpo y ocupar un espacio en el mundo.
Bibliografía:
Daniel, Carolyn. Voracious Children: Who Eats Whom in Children’s Literature. Routledge, 2006.
McLean, Alice. “The Intersection of Gender and Food Studies”. Routledge International Handbook of Food Studies. Ed. Ken Albala. Routledge, 2013.
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