Por: Miranda Gómez

El pasado 8 de mayo del 2025, en una tarde nublada y fresca – bienvenida en esta época del año en la ciudad – tuve la fortuna de ir a una nueva edición de Charlas con autores de Nuevo León, que se llevó a cabo en la librería Fray Servando Teresa de Mier del FCE, en las limítrofes de San Pedro con Monterrey. Esta instancia era particularmente especial, ya que mi amigo, Alejandro Andonie, estaría presentando su nuevo libro de crónicas, Es un ejemplo de cómo sería un viaje por la noche.
Entre preguntas para actualizarnos de nuestras vidas, saludar caras conocidas y desconocidas y las distracciones que una librería naturalmente ofrece (estaba ojeando una antología de Coral Bracho y las ediciones de Tierra Adentro acapararon mi atención con sus coloridas portadas) una puede olvidar lo que fue a hacer. Sin embargo, pronto la conversación inició y me vi una vez más en mi realidad.
Sentada en la primera fila, directamente bajo el aire acondicionado (grave error), me dispongo a concentrarme en la conversación que sucede delante de mí. Alejandro tiene una cadencia de voz muy particular y terriblemente disfrutable. Cada palabra parece ser expulsada de su boca después de haber sido meticulosamente moldeada con su lengua. Él fue maestro antes de dedicarse de lleno a la escritura y me imagino que su voz podía atrapar hasta al estudiante más inquieto, así como poner a dormir al más atento.
La conversación es dirigida por Miguel Durán, editor regiomontano que apoyó en la versión para Kindle del libro. Propone preguntas interesantes que hacen fluir la conversación sin pausas torpes y logra que Alejandro, con su cuidadosa cadencia, se arranque entre respuestas y una anécdota que empieza con sentido, se desarrolla sin sentido y termina con sentido nuevamente.
Entre preguntas y respuestas, silencios para pensar y para escuchar y el comenzar de una ligera lluvia, un pensamiento se desarrolla en mi cabeza que entra y sale, aumenta y disminuye, se destruye y renace de sus cenizas: ojalá el oficio del escritor no estuviera muerto.
¿Que no está muerto? ¡Tal vez! La constante publicación de libros es quizás la evidencia más obvia. Pero, tienen que saber a lo que me refiero.
Me refiero a lo romántico, algo à la Detectives Salvajes de Bolaño, el arquetipo del poeta y escritor mexicano de los 70. ¡Maldición! ¡Qué no daría por ser una escritora en el D.F. en aquellas épocas!
Pero rápidamente, igual que como vino, se va. Ni siquiera soy de la Ciudad de México. Es más, ¿Por qué tendría que ser en la Ciudad de México? ES MÁS, ¿Por qué no puede ser ahora, aquí, en Monterrey?
¿Qué no estoy viendo en carne propia a Alejandro? Alejandro tomó una decisión con la que muchos soñamos pero que pocos nos atrevemos (o más importantemente, podemos) tomar: renunciar a nuestro trabajo y dedicarse a escribir. Él mismo lo reconoce, que hacer lo que hizo implica un privilegio inmensurable. Sin embargo, una no puede dejar de pensar.
No tengo que regresar en el tiempo para escribir, no tengo que estar en la Ciudad de México para rodearme de manos escritoras y mentes que piensan en verso y estrofa. Tenemos que voltear a ver a los escritores locales, tenemos que convertirnos en escritores locales. La provincia tiene mucho que ofrecer, tenemos mucho que ofrecer.
Quizás Monterrey no destaque como un centro cultural en el país, eclipsado por su urbe e industria. Pero es hora de que nosotros mismos reconozcamos el potencial artístico que tenemos y que, por ende, la ciudad ofrece. Alejandro decidió escribir un libro de crónicas sobre Monterrey. Exploró sus rincones, habló con sus habitantes y se sentó en su casa regiomontana a escribir. Hay muchas cosas que celebrar de Monterrey, y una de ellas son sus escritores.
Pero lo más importante, tenemos que revalorizar el oficio del artista, del escritor. En su enmarañada anécdota, Alejandro platica cómo otros autores locales abierta y públicamente rechazan la etiqueta de escritor, “Es que yo soy ingeniero, no te confundas” dice un hombre ante la interrogante de su profesión. Quizás en una cultura como la regiomontana (volteemos a ver simplemente el lema de la ciudad: “El trabajo templa el espíritu”) reconocerse como algo que sale de la norma es complicado. Pero todo nace del verbo. Tenemos que declararnos artistas, escritores, poetas. Tenemos que demostrar que el oficio de escritor no está muerto.
Tenemos que escribir, revalorizar, reconocer, y ofrecer. Tenemos que dejar de pensar en las circunstancias óptimas y simplemente empezar a hacer. Tenemos que sentarnos frente a la computadora, o finalmente agarrar esa linda libreta a la cual nunca le encontraste uso, y recordar que ya nunca serán los 70 en el DF, pero que sí es un día nublado y fresco en tu ciudad.