Texto y diseño — Ximena

Janelle Monae en su canción “Screwed” de 2019 dice “you know power is just sex” (sabes que el poder es sólo sexo). Las películas y series como Élite o Glass Onion han demostrado que es correcto. Al pensar en poder, capitalismo y mansiones llegan también los excesos, los vicios, el descontrol y el sexo. Un nuevo gusto nace a raíz del éxito de la película Parasite: el deseo interminable del proletariado por pertenecer a la élite, misma que lidia con crímenes como el asesinato a partir del delirio.
Pero Saltburn lo lleva a un extremo tal que hasta influencers han hecho mofa de los tres momentos más incómodos de la película: la bañera, el vampiro y la tumba. Hay velas y cócteles inspirados en estas tres emblemáticas escenas que dividieron a les espectadores. La idea del sexo dentro de Saltburn va más allá de acallar el tabú. Es una cuestión de poder y apropiación del estatus del encantador Felix.
Retomemos algunas características que apreciamos en Saltburn que se salen de la vertiente común de este tipo de cintas:
- La incomodidad y repudio en las escenas sexuales
- El encanto natural de Felix
- La desesperación de Oliver por pertenecer a una familia que no es la suya
- El desnudo final
La escritora Judith Butler hace un análisis extenso sobre las manifestaciones sexuales que ocupan los filmes LBTQ+. O, más bien, sobre cuerpos fronterizos que ubicamos como minorías. Sin embargo, no se enfoca en su totalidad en los cuerpos cis heterosexuales que, sin saber por qué, tampoco pertenecen a la hegemonía falica heterosexual, como es el caso de Oliver. Hay un capítulo de su obra, El género en llamas: cuestiones de apropiación y subversión, en el que menciona que: “hay formas de travestismo que la cultura heterosexual produce para sí” (p. 185).
En el clímax de la historia, la familia hace una fiesta temática de Sueño de una noche de verano, obra de fantasía de Shakespeare. Felix se disfraza de hada y Farleigh, su primo, del burro; mientras que Oliver es un venado, nadie relevante en la obra y mucho menos para los invitados de la familia. Pero Oliver necesita (tra)vestirse para poder pertenecer a un mundo que, le advierte Farleigh, no durará más que una noche de verano. Se da cuenta de ello cuando le cantan las mañanitas y nadie puede recordar su nombre. Con su venganza, nos damos cuenta que Oliver no quiere pertenecer a ese mundo, más bien se opone a él.
El asesinato de Felix no nos toma por sorpresa, pero sí nos afecta porque Felix es un ser encantador. Y cuando lo vemos en un estado más vulnerable, entre la línea de la sobriedad y la embriaguez, tememos por él. Pero desde que Oliver decide acercarse a él y aparentar ser parte de un mundo cuya brecha económica no le permite entrar, conocemos las consecuencias. El amor que siente va más allá de la amistad y el enamoramiento, es un deseo de poder. Y estas jerarquías tienen una base sexual o sexológica, como lo entiende Judith Butler en Cuerpos que importan.
Para ello, vuelvo al encantador Félix y, en sí, al resto de la familia. Félix es una persona que, dentro del ideal que se tiene en personajes con una vasta herencia, no encaja. Porque es humilde, reconoce sus errores, le interesan sus relaciones interpersonales y no se da cuenta, de forma arrogante, de lo que genera su presencia. Incluso su madre menciona que “es demasiado gentil con la gente que trae a casa”. Pero Oliver no envidia a la gente dentro de la mansión como Félix, sino a la casa misma. Y todo se debe, lo explica Butler, a que la hegemonía fálica no sólo está constituida y construida por hombres con falo, sino que también le da a estos hombre blancos, plantados ya en la élite, una accesibilidad a los lujos y a lo que, llamémoslo así, es la vida sencilla. La hegemonía fálica se construye, además, por lo que se nombra. En un mundo en el que no recuerdan el nombre de alguien, ese alguien no existe. Es por ello que Oliver miente y genera un pasado catastrófico para generar pena ante la familia y no ser uno más. Lo hace para ser recordado… nombrado, existente. Al final, la apropiación de la casa es meramente simbólica, ¿qué hacer con una mansión vacía que se ha caído a pedazos? Nada, porque ha sido apropiada por un fronterizo. Pierde el poder hegemónico (irónico, porque hay un falo que baila).
Ahora bien, Judith Butler también menciona que la llamada de atención ante los sujetos no nombrados permite y consolida, precisamente, su aparición. Es un llamado performativo. Oliver es reconocido solamente por Felix, pero la llamada de atención la genera el espectador, cuando admira las escenas sexuales: ‘Allí donde se espera la uniformidad del sujeto, donde se ordena la conformidad de la conducta del sujeto, podría producirse el repudio de la ley en la forma de un acatamiento paródico que cuestione sutilmente la legitimidad del mandato, una repetición de la ley en forma de hipérbole, una rearticulación de la ley contra la autoridad de quien la impone’.
En otras palabras, Butler explica que, cuando un sujeto es llamado a la atención y es nombrado, esto lo hace presente dentro de un círculo. Eso genera que acate de manera burda, satírica y exagerada las leyes para cuestionar su legitimidad; para hacerles frente y revolucionarlas. Pensemos en un salón de secundaria en el que la llamada de atención de la maestra frente a un alumno rebelde genera que aumente su esfuerzo por ridiculizar al maestre, no sólo cuestionando las reglas sino burlándose de ellas. Saltburn es el salón de clase y Oliver es el alumno rebelde. Él, a través de las tensiones sexuales que mantiene atados a los integrantes, se burla de ellos para cuestionar su posición económica. Lo vemos cuando, en la escena del karaoke, intenta adentrarse a Farleigh pero fracasa, porque el antagonista de la historia es un doble de Oliver, solo que con la ventaja de un apellido.Y es ahí donde vemos la gran diferencia entre películas como Parasite y Saltburn: la jerarquía social a partir del crimen y la apropiación sexual. En ambos está la parodia y la comedia sutil; el hecho principal de que reconozcamos en ellas una imposibilidad ética de cometer asesinatos. Pero una es por la imposibilidad moral, mientras que la otra es la imposibilidad sexual. Jugar a ser rico suena atractivo, sencillo, pero lograr ocupar un espacio real, ser nombrado entre la sangre azul solo desata la locura. Más allá de un deseo de pertenecer, es un deseo de ridiculizar y destituir. Al final suena la canción “Murder On The Dancefloor” y las marionetas acompañan, fuera de tono, el mismo baile de un cuerpo desnudo que apropia el espacio físico que, muy en contra de la razón, ahora es suyo.