Pero solo soy una chica

Texto y diseño: Miranda

El otro día, mientras me apretaba el corset, me pregunté qué tanto la ropa que tenía puesta expresaba lo que pensaba, y noté lo mucho que me habían influenciado los trends de los últimos años. Mi clóset poco a poco se había llenado de elementos cada vez más femeninos o, más bien, elementos que por años se han asociado con la feminidad: listones, corazones, motivos florales y brillos, también me di cuenta que mi clóset de ensueño sería un guardarropa lleno de telas sedosas, encaje, perlas y tul, como la ropa de Sandy Liang, Simone Rocha, Mila Sullivan, Cecile Bahnsen y Bora Aksu. La verdad es que suspiro por la delicadeza, suavidad y belleza que tienen sus prendas, sus creaciones me embelesan, en un mundo ideal saldría a la calle pareciendo un sueño, mis pasos dejarían rastros de flores y brillos, flotaría como una bailarina de ballet.

En realidad esto no es algo ajeno para mí, pasé la mayor parte de mi niñez y adolescencia en un salón de ballet, la ropa que uso ahora me hace sentir como si nuevamente fuera una bailarina y estuviera encarnando los valores que se me fueron inculcados en mis años siendo estudiante, acerca de la postura, la delicadeza, la feminidad y la importancia de siempre lucir bien aunque estuviera sufriendo por dentro, en ese momento me pareció loquisima la disonancia que existía entre lo que estaba vistiendo con lo que pienso, sentí que estaba replicando una blanquitud la cual había rechazado por años. 

Sé que el clóset y elementos que mencioné son algo que más de una chica que vive en este momento del internet ha deseado. Aunque esta hiperfeminidad ha acaparado las cámaras de nuestro sobreestimulado lado del internet me pregunto si es algo mucho más profundo y complejo que simplemente ponerse unas medias de flores.  

Con la pérdida de las subculturas y la proliferación de los trends, el enlace directo que existía entre la ropa y los posicionamientos políticos ha desaparecido casi por completo, PERO, que no sea una forma obvia no significa que esa relación no exista. La manera en la que las tendencias de los últimos años se ha inclinado hacia un discurso que toma como ejes principales: la hiperfeminidad (como el coquette), el lujo (como el quiet luxury) y los valores de género tradicionales (como las ”tradwives”, las “mujeres y hombres de alto valor” y la “energía masculina y femenina”), ha hecho mucho más fácil el resurgimiento y avivamiento de discursos conservadores. 

El problema cuando nos subimos a tendencias sin analizarlas es que no conocemos el trasfondo de lo que estamos vistiendo. Por ejemplo, el coquette no es algo nuevo: ha cambiado el término con el que se le llama, pero la vestimenta híper femenina se veía continuamente en Tumblr junto a fotos de “Lolita”, letras de Lana del Rey y chicas blancas delgadísimas. Generalmente romantizaba el abuso psicológico y físico en las relaciones afectivas y los trastornos de conducta alimentaria, algo no muy lejano de lo que actualmente vemos en los miles de vídeos que tienen #coquette en su descripción. Ahora las publicaciones han mutado a mujeres deseando vivir una vida siendo dependientes económica y emocionalmente de un hombre, argumentos misóginos, gordofóbicos, racistas y clasistas que terminan con la evasión de que “son solo chicas”, como si la declaración de inocencia infantil fuera suficiente excusa para realizar este tipo de comentarios.

La profundidad con la que nos involucramos con las tendencias es distinta; algunas se quedan con tres likes en tu cuenta de Twitter, pero otras impactan de una manera sumamente grande la vida de las personas fuera del internet. El alza de la violencia doméstica, sexual y física en contra de las mujeres es un ejemplo de eso, y no es culpa directamente de un meme, pero sí de la forma en la que los discursos se repiten una y otra vez, haciendo que se vuelvan huecos, restándoles importancia y dejando un área vacía que muchas personas están dispuestas a llenar con discursos de odio. Por otro lado, los desórdenes alimenticios han regresado a ocupar espacios en las redes sociales, junto a personas que hacen chistes acerca de no comer o, que afirman que las flacas siempre debieron estar de moda así como con les famoses consumiendo Ozempic y el heroin chic en tendencia. La delgadez nuevamente se ha impuesto como una regla para validar la existencia de las personas con mayor relevancia. Se siente como un enorme retroceso a la gran lucha que se llevó a cabo por años, y que abogó por la diversidad corporal, no solo en la representación en pasarelas o publicidad, sino también en tallas y siluetas de ropa, dejando de lado la idea inservible de que solo existía un tipo de cuerpo que era válido de vestir. 

Asumir que la forma en la que nos vestimos no tiene implicaciones más profundas es de hecho una declaración errónea. Las cosas que vestimos hablan de nuestra historia y de nuestras creencias, expresan la comunidad a la que pertenecemos. Así mismo, por años la ropa se ha usado para dejar en claro los posicionamientos políticos de quien la porta, como los pañuelos verdes pro aborto y los azules pro vida, los keffiyehs y las esvásticas Nazis. 

Las decisiones con respecto a la ropa no son inocentes. 

¿Esto significa que al ponerme un vestido con moños y flores estoy perpetuando ideas conservadoras? Es algo complejo. Nuestra capacidad de elección con respecto a lo que vestimos, cómo lo vestimos y lo que significa para nosotras no nos excluye de la posibilidad de ser cómplices de mantener estructuras racistas o patriarcales. Cuando no asumimos la agencia que tenemos con respecto a nuestras opiniones, posicionamientos e ideas críticas frente a lo que consumimos en internet y solo nos dejamos llevar por la tendencia, comenzamos a jugar bajo las reglas de aquellos a quienes les conviene que se replique un discurso sin un gramo de cuestionamiento. 

Es absolutamente necesario preguntarnos si, poco a poco, nuestro personaje online nos ha influenciado para consumir más de lo que deberíamos, si la estética ha sobrepasado nuestros ideales y si estamos dispuestes a seguir sacrificando el bienestar colectivo por el bienestar individual. 
“La forma en que nos vestimos nunca es una elección aislada, porque ninguno de nuestros deseos existe de forma aislada.” – Ismene Ormonde

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